Nacida en Elgoibar (Guipúzcoa), Esther se trasladó con sus padres, oriundos de Castilla La-Mancha, a Logroño por una recomendación médica: “nací con los riñones más pequeños de lo normal, y desde los 4 años empecé a tener problemas. Los médicos les dijeron a mis padres que un clima más seco me vendría bien”.
Ella sabe mejor que nadie lo que es la enfermedad renal y su impacto en la salud. “Es una enfermedad muy dura que poca gente conoce. No se habla de los rechazos de trasplante y lo mal que se pasa, no se sabe que los pacientes en diálisis tenemos que controlar lo que bebemos, no se conoce en qué consiste la diálisis…”.
Esther empezó el tratamiento renal sustitutivo con 11 años. Comenzó con diálisis peritoneal, y era su madre la que se encargaba de realizársela. “Estuve solo unos meses, porque me trasplantaron enseguida”. Sin embargo, dos años después del trasplante rechazó el nuevo órgano.
“Entre en hemodiálisis, iba con mi padre, porque él también tenía esta enfermedad, así que los dos nos dializábamos juntos”, recuerda.
A los 15 años, llegó el segundo trasplante, que rechazó muy pronto, a los dos meses. “Lo pasé muy mal porque el órgano implantado tenía un virus latente que se activó con el tratamiento de ciclosporina. Eso me generó una neumonía, estar intubada en la UCI y pasar un año ingresada en el hospital”.
Cuatro años después, con 19 años, le trasplantaron su tercer riñón, que ha sido el que más tiempo le ha durado: 10 años.