La insuficiencia renal aguda (IRA) se define como una pérdida repentina de la función renal. A menudo se debe a una alteración temporal en la circulación de la sangre a través de los riñones, por ejemplo debido a un infarto de miocardio o como parte de la sepsis.
También puede estar provocada por la presencia de sustancias nefrotóxicas, como medicamentos — antibióticos, fármacos antihipertensores o antiinflamatorios — o medios de contraste. A diferencia de la enfermedad renal crónica, la insuficiencia renal aguda se desarrolla más rápidamente en respuesta a la causa subyacente, mientras que la enfermedad renal crónica a menudo progresa durante varios años.
El descenso repentino del filtrado glomerular (FG) se traduce en multitud de alteraciones, entre las que pueden verse:
- una alteración en la excreción de orina,
- la hipervolemia,
- el aumento de la concentración de solutos renales,
- la acidosis metabólica,
- el desequilibrio electrolítico (por ejemplo hipercalemia) y
- otras complicaciones urémicas.
En consecuencia, será necesario llevar a cabo una purificación temporal extracorpórea de la sangre (la diálisis) hasta que se consiga una posible recuperación de la función renal.
La insuficiencia renal aguda no suele causar daños permanentes en los órganos ni pérdida de la capacidad excretora; así pues, con un tratamiento adecuado, se trata de una patología a menudo reversible de la que el paciente puede recuperarse completamente. En algunos casos, sin embargo, la insuficiencia renal aguda puede progresar hasta desarrollar una insuficiencia renal crónica.