Dos semanas antes de pasar de nuevo por quirófano, Héctor Hiedra (Madrid, 1986) repasaba cómo habían sido los últimos 17 años de su vida, a raíz de un incidente que le llevó al oftalmólogo. Llevaba 4 años en hemodiálisis después de haber tenido un rechazo a un primer trasplante, no perdía la esperanza de que un nuevo riñón apareciera. Esta entrevista tiene un antes y un después, que no deja de ser un nuevo episodio en una vida con baches y oportunidades.
Cuando Héctor acudió al oftalmólogo por una pérdida de visión, poco se podía imaginar él que la alteración de su vista podía estar relacionada con sus riñones. Sin embargo, este especialista le derivó inmediatamente al hospital y en unas horas la realizaron su primera diálisis. Desde la identificación de su enfermedad renal y primer tratamiento han pasado ya 17 años, un trasplante, un matrimonio y dos hijos. Pero, vamos poco a poco con su historia.
En 2006, Héctor tenía 20 años y trabajaba como frigorista, una vida normal que no cambió cuando empezó a ver espuma en su orina –signo elevada concentración de proteínas en que se produce cuando hay daño renal-- (“no le di importancia”). Sin embargo, sí se preocupó cuando, de una semana para otra, dejó de ver bien. “El oftalmólogo me dijo que se habían producido varios edemas por tener la tensión arterial elevada. Me envió inmediatamente al hospital donde en pocas horas me pusieron un catéter y me dializaron. Es decir, que el problema con mis riñones fue lo que me generó la pérdida de visión, que luego recuperé. Como era joven no me preocupé demasiado”, señala desde Reus, su lugar de residencia desde los ocho años.
En hemodiálisis, estuvo solo unos meses, ya que en 2006 le realizaron un trasplante de riñón. “Cuando me recuperé, empecé a trabajar media jornada en un supermercado donde estuve varios años y donde conocí a la que es hoy mi mujer”, explica.
Tras vivir juntos desde 2015, tener a su hija Lucía en 2018 y sufrir el gran susto del rechazo del injerto, decidieron oficializar su matrimonio en 2019. Porque pocos meses antes, Héctor empezó a notar cansancio y tirones, y el médico le dijo lo que él ya sospechaba: su riñón había dejado de funcionar. “El rechazo fue complicado, estuve dos meses ingresado y echaba mucho de menos a mi mujer y a mi hija que cumplió un año mientras yo estaba en el hospital”.
Los momentos vividos por ese rechazo e ingreso no fueron fáciles ni para él ni para su mujer: “me dieron crisis epilépticas, tuve embolización del riñón… Fue complicado. Y mi mujer lo pasó bastante regular, hay que entender que ella me conoció ya trasplantado, no me había visto enfermo antes, porque yo estaba, antes del rechazo, al 98%, como si no tuviera nada. Durante 13 años estuve perfecto. Pero me falló el riñón. Hasta que no vives una situación así, no sabes lo duro que es”.