Una situación de estrés y el no cumplimiento de su tratamiento la condujo a la UCI y a pasar dos años de su vida en un hospital. De eso hace ya 10 años y su situación ahora es muy diferente: la ilusión, el color y la curiosidad forman parte del día a día de Ruth. Sabe que la cabeza puede jugar en contra, por lo que ha tomado parte en el asunto de su salud y cada día trata de poner su mente del lado del buen vivir.
Así comenzaba esta entrevista que se publica ahora, casi cuatro meses después de esa primera conversación. A finales de enero, Ruth contaba cómo era su día a día con la diálisis y qué le había llevado hasta allí. Ahora, ya entradas las altas temperaturas, puede contar además cómo es su vida con un nuevo riñón, ya que el 5 de febrero recibió un trasplante. Ojo con el spoiler: ella sigue con la misma energía y fortaleza mental que tenía en enero, o quizás más.
A los 32 años le diagnosticaron un problema en los uréteres para el que no recibió un tratamiento adecuado, lo que le condujo a la enfermedad renal crónica. Después de siete meses en hemodiálisis, recibió un riñón que fue funcional durante ocho años, tras el cual empezó de nuevo con diálisis, pero en esa ocasión con diálisis peritoneal.
“Todo iba bien hasta que mi madre sufrió tres ictus. Me encargué de su cuidado, también me tenía que hacer la diálisis peritoneal en casa, tenía mucho estrés y todo ello me llevó a descuidar mi tratamiento. Cuando mi madre murió, tuve pancreatitis y peritonitis y caí en coma”, recuerda Ruth Besalduch, 12 años después de su entrada en la UCI.
Los cuatro meses que pasó en coma y la infección sufrida la dejaron sin voz, sin poder caminar, sin poder moverse. “Cuando me desperté del coma, pensé que estaba atada y que tenía agujas, porque no me podía mover y tenía mucho dolor”.
Tuvo que aprender a caminar, a volver a hablar, comer… “Estoy viva gracias a mis hijas, estuvieron todo el tiempo conmigo, hablándome, apoyándome. Eso me dio vida”.
Ruth pasó dos años en el hospital hasta resolver gran parte de sus problemas de salud. Ahora, 10 años después de su ‘alta hospitalaria’, es independiente y señala lo importante que es la forma de afrontar la vida para vivir bien, incluso con enfermedad renal crónica.
“En el tiempo que estuve ingresada, lloré mucho porque tenía dolor y dificultad para hacer las cosas más simples, pero también veía el lado bueno de las cosas: mis hijas estaban ahí y eso era lo más importante”. Ellas (tienen 36 años una y 33 la segunda), la atención recibida y su fortaleza y coraje, le ayudaron a volver a caminar, controlar esfínteres, comer por sí sola e ir a diálisis tres veces en semana.