Dice que en su familia no hay antecedentes de enfermedad renal. Ninguno de sus siete hermanos ha tenido este problema de salud ni tampoco sus padres, aunque su madre murió joven, a los 57 años, por una enfermedad cardiaca.
Él empezó a los 7 años con problemas en sus riñones. Enfermedad que no parece haberle marcado mucho su infancia porque lo que recuerda es que le gustaba mucho jugar. “El médico me decía que tenía que estar en cama, pero yo me iba a jugar”. Sin embargo, pronto cambió los juegos y los lápices del colegio por la paleta de albañil, al empezar a trabajar con 9 años. “Yo era el mayor de mis hermanos, había que ayudar en casa”, sostiene sin ninguna queja ni mal recuerdo, más bien al contrario, ya que reconoce que echa de menos aquellos tiempos en los que había trabajo para todos y los barrios estaban llenos de niños. “Ahora no se ven niños jugando en la calle”.
Él, que se había dedicado a la albañilería, pasó a recibir una pensión cuando a sus 21 años empezó a dializarse. Sin embargo, a los pocos años llegó un trasplante y con él, tuvo que volver a reinventarse para completar su media pensión. Pasó del mortero al alquitrán. “Al dejar la diálisis, me dejaron la mitad de la paga. No podía volver como albañil porque era muy duro, pero tenía que completar la paga trabajando en otra cosa, y me puse a echar alquitrán en las carreteras”.
Tras 9 años con su nuevo riñón, tuvo que dejar el tratamiento inmunosupresor por recomendación médica. “Me salió un tumor en la oreja y me quitaron ‘las pastillas del rechazo’ y, claro, al poco tiempo, rechacé el riñón y volví a la diálisis”, recuerda.