José Montesinos García reconoce que cuando hace 19 años le dijeron que tenía una insuficiencia renal leve, no se imaginó lo que implicaba ese diagnóstico. Por eso piensa que, como a él, le podría ocurrir lo mismo a muchas personas que ahora reciben su mismo diagnóstico. Porque la enfermedad renal crónica es todavía una gran desconocida, como también lo son sus tratamientos, diferentes entre sí y por los que él ha pasado en las últimas dos décadas de su vida: el trasplante y la diálisis.
“Cuando en 2003 el médico me dio el diagnóstico, no le di importancia, porque siempre he llevado una vida sana, haciendo mucho deporte. Sin embargo, cuando al año empecé a encontrarme peor, volví a la consulta, esta vez en Cartagena --lugar donde me había trasladado--. Allí me dijeron que tenía que empezar con diálisis. Fue una sorpresa en realidad”, recuerda José. De esta manera, su día a día dio un giro de 180 grados.
Llevaba 30 años en la Armada, toda una vida, y a los 47 años le jubilaron porque no podía compatibilizar el tratamiento con su vida laboral. “Estar en diálisis no me permitía hacer mi trabajo de siempre”.
15 años trasplantado
Diez meses más tarde, la moneda volvió a girar y, como dice José, la lotería llamó a su puerta con un riñón compatible. “Estuve 15 años trasplantado y me fue muy bien. Durante esos años pude hacer mucho deporte, porque tenía más tiempo libre que nunca “.
Hace dos años y medio, la moneda volvió a girar: sufrió una grave infección respiratoria y perdió la función del riñón trasplantado. Desde entonces, está en hemodiálisis tres días por semana y reconoce que esta etapa está siendo más dura que las anteriores: “me pilla con más años, ahora tengo 64, y con más achaques”.
A pesar de que ahora ha limitado su actividad deportiva, continúa dando paseos con su perro por la playa y por la montaña y montando en bicicleta, “es la ventaja de vivir a 10 kilómetros de Cartagena, estoy entre el campo y la playa”. También cuida de su jardín y comparte el cuidado de su casa junto a su mujer Ascensión --“una santa porque los enfermos crónicos somos un poco tiquismiquis” --.
Ahora intenta tomarse todo “con mucha filosofía porque, aunque la diálisis a veces cansa, tenemos suerte de tener una máquina que suple a los riñones, con otros órganos no pasa lo mismo”.
Reconoce que, en alguna ocasión, ha dado ánimos a otras personas cuando les ha tocado comenzar con tratamiento de diálisis. “La diálisis es lo menos malo que te puede pasar, porque con otros órganos, como el hígado, cuando fallan no tienen este remedio”.
Contar con un sustituto del riñón es positivo, aunque no por eso deja de ser duro: “tener que ir un día sí y otro no a la hemodiálisis, con sus correspondientes pinchazos para pasar toda la sangre por la máquina, unas doce veces para depurarla y reducir el exceso de líquido, estar más de cuatro horas inmóvil en un sillón, de por vida, sin fiesta que valga…”.