Tiene 56 años y ha sido durante tres décadas auxiliar de enfermería en el Centro de Diálisis Valencia. Desde hace 5 meses acude como paciente. Isabel Vega es pura energía positiva. Ha vivido por y para el paciente renal desde que era una niña y ahora, desde “el otro lado”, quiere compartir con nosotros su “segunda oportunidad”.
Desde los 14 años la vida de Isabel ha estado marcada por la diálisis. De madre auxiliar de enfermería y padre enfermo renal, ya de niña tenía clara su vocación. “Acudía a recoger a mi padre a diálisis del Hospital de la Fe y mientras esperaba, admiraba y observaba el trabajo de las enfermeras y auxiliares, su labor y cuidado con cada paciente, y decidí que quería dedicarme a esto”.
Entonces Isabel no sabía que un día que iba a estar “al otro lado”, en el de los pacientes. Los primeros síntomas de la poliquistosis renal y hepática, que había heredado de su padre, empezaron a los 14 o 15 años. “Comencé a tener tensión alta y continuas infecciones de orina. Con 20 años me hicieron una ecografía en el hospital y vieron que tenía quistes en los riñones con un tamaño considerable. En ese momento sentí mucha tristeza, y pensé… ya empiezo yo en un futuro como mi padre, pero enseguida reaccioné: todo va a ser más fácil porque conozco el tema" –pensó-.
Había que cuidarse y ya está, y hasta que llegase podían pasar muchos años. Mientras tanto, había que seguir la marcha”. Con el paso de los años sus riñones fueron perdiendo funcionalidad hasta quedar reducida a un 10 por ciento. En julio de 2015 le hicieron la fístula, previendo una futura diálisis y en diciembre de 2016 recibía la noticia de que debía comenzar el tratamiento. “Ahora tengo la vida más ajetreada porque tengo diálisis, pero no se me hace pesado, ni es un martirio. Es una necesidad y hay que tomársela así porque es lo que me mantiene viva”.
Paciente de sus propios compañeros
Isabel acude lunes, miércoles y viernes al Centro de Diálisis Valencia, el mismo en el que ha trabajado como auxiliar de enfermería durante 30 años. Sonriendo nos dice que se siente en las mejores manos “conozco su trabajo. Para mí son los mejores, además somos como una familia. Hemos trabajado juntas desde jovencitas y hemos compartido muchas circunstancias, y no siempre fáciles”.
Para sus compañeras, Isabel es una paciente muy fuerte, que apenas se queja, muy positiva y vital. “Ese minuto que vivimos no lo vamos a volver a vivir, hay que aprovecharlo al máximo, hay que estar siempre bien, dispuesta para todo y estar feliz”. Y esta filosofía de vida es la que ha trasmitido a sus dos hijos, uno de ellos también con poliquistosis renal. Un problema que Isabel encara con calma. “Él, a sus 27 años, está bien. De momento no tiene infecciones ni ningún otro síntoma. Yo le digo que lleve una vida lo más saludable que pueda, que no fume, ni beba alcohol, que no haga esfuerzos… y cuando llegue, pues llegará”.