José Vargas vive en Madrid, pero pasa varios meses al año en Mallorca, donde tiene una vivienda. Así lo lleva haciendo desde que se jubiló y así lo siguió realizando después de que su nefrólogo le comunicara que debía de empezar con diálisis para suplir la función de sus riñones poliquísticos que ya no daban más de sí.
“La diálisis no me complica la vida. Tengo la cabeza muy bien. Estoy vivo gracias a la máquina y eso es algo que valoro”, apunta.
Es a través de ALCER como gestiona la realización de su diálisis en Mallorca durante cinco meses al año, el resto del tiempo se dializa en Madrid. “Por mi hermano, ya sabía que esto se podía hacer, así que cuando empecé con la diálisis, enseguida pude gestionar que durante el tiempo que pasaba en la isla pudiera tratarme allí. También aprovecho para navegar con mi barco. La diálisis no me limita”.
De límites entiende poco José, porque a sus 82 años reconoce que todavía sigue volando, una afición que le viene de la infancia, cuando simulaba pilotar aviones sentado en los bancos de la plaza del pueblo, y que después derivó en su profesión. “Cuando terminé el bachiller, con 17 años, mi padre -comandante de la guardia civil- se quedó con una paga muy pequeña. Tenía que ayudar en casa, así que me metí en la aviación, donde llevaba las comunicaciones de los aviones”.